miércoles, 27 de mayo de 2009

El niño perdido




    Ocurrió que un domingo de primavera, en el pueblo de al lado de donde vivia Rosalía. Un niño, de apenas tres años, se perdió cerca del bosque mientras su hermana mayor y otros niños de entre seis y diez años jugaban al escondite. Cuando se dieron cuenta de su desaparición se pusieron a buscarle, pero fue en vano, no pudieron dar con él ni con su rastro. En vista de que ellos solos no lo iban a encontrar avisaron asus padres  
  La voz se corrió como reguero de pólvora por todo el pueblo.  
  “El hijo de Isidoro se ha perdido en el monte” y a la llamada acudieron todos los hombres de la aldea con los perros, algunos llevaban escopetas, otros hoces, otros palos y los más simplemente sus manos curtidas por el duro trabajo, pero todos con una meta en común, encontrar al chiquillo.
    Las horas fueron pasando y la desesperación del padre crecía a cada paso que daban sin lograr su objetivo, ahora les parecía oír algo, quedaban expectantes, como paralizados, escuchando, pero nada, sólo era el viento, allá se movían unos matojos, una rama, pero cuando llegaban al lugar no había nada, la tragedia podía leerse en los rostros de los campesinos.

   Mientras, en la casa del chiquillo las mujeres del pueblo, arropaban a la madre y hermana, que se culpaban, a si mismas, de lo ocurrido, la hermana por no haber cuidado bien de él y la madre por dejar que se lo llevase.
    En el monte, el padre dándose cuenta de que era imposible dar con el paradero de su hijo, los perros habían perdido el rastro y los llevaban en círculos, tomó una decisión.
    ─Voy a buscar a Rosalía, ella, algunas veces, encuentra a los animales y al fin, las personas somos como los animales.
    ─Está bien ─le contestaron respetando su opinión─ nosotros seguiremos por el bosque hasta que se haga de noche o aparezca el niño.
    Por el camino, cogió el caballo de su vecino que estaba pastando en el prado, lo montó sin ni siquiera parar a ensillarlo y salió tan rápido, como el galope del animal se lo permitía.
    ─No se si podré hacer algo ─le dijo Rosalía y añadió─ pero que no se diga que Rosalía se ha negado a intentar ayudar a alguien. Nos llevaremos a Canelillo, es un perro muy pequeño, pero lo que él no huela, no lo huele nadie. ¡Ensilla ese caballo! iras más cómodo
    Cuando llegaron al lugar faltaba poco para el ocaso. Los hombres se ofrecieron a continuar, pero Rosalía se negó argumentando que sólo tenían dos bestias y que irían más ligeros y harían menos ruido.
    ─Si Canelillo encuentra el rastro nos guiara hasta donde esté, ir todos, sólo retrasaría la búsqueda y se nos echaría la noche encima y de noche ir a pie por el bosque es un suicidio. Antes de que se fueran, les pidió las ropas del niño que habían utilizado para que los perros siguiesen el rastro.
    Al quedarse solos, ella le pidió que la llevase al sitio donde se perdió la pista, una vez monte adentro, le dio a oler las prendas al perro y le dijo.
    ─!Huele, Canelillo! Dime donde desapareció.
    El perro olfatea el suelo y el aire y al poco se queda parado mirando hacia el este, a la espesura del bosque. Rosalía se dirige a Isidoro y le pregunta.
    ─¿Has vuelto a ver a perdida?
    Perdida era una loba que Isidoro encontró cuando ésta sólo contaba un mes o dos de vida, le dio pena, se la llevo a su casa y la crío con sus otros dos perros. Mientras la loba fue pequeña no tuvo ningún problema, pero a medida que el animal crecía su mujer fue cogiendo miedo a que Perdida atacase a sus hijos que se pasaban la mayor parte del día jugando con ella. Tanta fue la insistencia de la mujer y las advertencias de los vecinos que Isidoro la llevó, una mañana al amanecer y la dejo, libre y con comida, en la espesura del bosque.
    Antes de contestar, el hombre trago saliva y preguntó a su vez.
    ─¿No creerás que ella tiene algo que ver?
    ─Yo no creo ni dejo de creer, sólo pregunto y quiero que me digas la verdad.
    Isidoro bajo la cabeza y contestó.
   La he visto varias veces, suele venir de noche a casa y yo le doy algo de comida, la última vez que la vi, fue hace tres semanas, estaba preñada, seguro que ya ha parido.
    Rosalía se agacha le dice algo al perro y éste sigue un nuevo rastro. Al poco, Canelillo, se vuelve a parar y mira a su dueña que le ordena.
    ─¡Sigue los dos!
    ─¿Qué pasa? ─quiso saber Isidoro.
    ─Que el perro ha vuelto a encontrar el rastro de tu hijo.
    Casi en lo alto del monte Canelillo se detiene y la mujer informa.
    ─Desde aquí tienes que seguir a pie tu solo, llévate la escopeta por si acaso.
    ─¿Tú no me acompañas, acaso tienes miedo?
    ─No, pero lo que aguarda es una loba con sus crías, no permitirá que nadie se acerque a ellas, si no es Perdida tendrás que matarla y recuperar lo que quede de tu hijo, si es que queda algo, si, como yo espero, es Perdida, a ti te recibirá bien y podrás llevarte a tu hijo de vuelta a casa, pero si me ve a mí, puede sentirse amenazada y reaccionar mal.
    Isidoro se fue siguiendo al perro que caminaba despacio, con miedo. Muy cerca de la guarida de la loba Canelillo se detuvo, Isidoro apoyó la escopeta, cargada, contra su hombro y avanzó con cautela. El animal salió de su escondite y él hombre se dispuso a disparar, pero en el último segundo reconoció a su amiga y ésta reconoció su olor. Mientras, el pequeño Canelillo, agazapado entre los matojos no se le oía ni se le veía, por no hacer casi ni respiraba a causa del pánico. La loba salió al encuentro del que consideraba su amo y éste dejó la escopeta en el suelo y la saludo. Perdida le condujo a su guarida donde no se veía más que muchos ojos relucientes, Isidoro llamo con temor a su hijo que se despertó al oírle y salió corriendo del recinto y se abrazó a él. Agachado y con el niño en brazos, el hombre abrazo también a la loba en señal de agradecimiento. Mientras Rosalía se acercaba muy despacio, con los brazos extendidos y las palmas de las manos vueltas mirando al cielo. Cuando Perdida reparó en ella, por un momento se quedó tensa, expectante, luego avanzó hacia la mujer, casi a su altura se detuvo y la miro a los ojos, dio media vuelta y Rosalía la siguió. Al llegar a la lobera, el animal se aparto para que Rosalía pudiera ver dentro, sacó, uno por uno, hasta cuatro cachorros, mezcla de perro y lobo, los miro y los dejo con sumo cuidado de nuevo en la guarida.
    ─Hemos tenido mucha suerte, Perdida no ha logrado integrarse en ninguna manada, se ha apareado con un perro grande, quizás con el tuyo, si se hubiese juntado con un lobo hubiéramos tenido muchos problemas.
    De vuelta, a donde los hombres de la aldea les esperaban, ya con las primeras sombras de la noche cerniéndose sobre sus cabezas, Isidoro comentó.
   ─Lo que no entiendo es como se perdió el rastro y como Canelillo dio con él otra vez.
En lugar de contestar, Rosalía preguntó al niño.
    ─Dime, Luisito, ¿Cómo encontraste a Perdida?
  ─No sabia volver, me asuste y empecé a llorar y a gritar llamando, pero nadie me oía, entonces apareció Perdida y empezó a lamerme, deje de llorar y me subí encima de ella, como solía hacer en casa, al rato me bajaba y andaba otro rato, hasta que llegamos a su casa, vi a los lobitos y me puse a acariciarlos, pero me quede dormido, luego llego mi padre.
    ─Ahí tienes la respuesta, al subirse el niño a la loba, los perros perdieron la pista, pero canelillo no, él encontró un rastro nuevo junto al anterior y le mandé seguirlo, volvió a encontrar las dos pistas juntas y le ordené que continuara, tanto si iban las dos juntas como si sólo percibía una. Eso me dio la esperanza de que tu loba lo hubiese encontrado, mi temor era que si estaba integrada en una manada, ésta quisiera defenderla.
    ─¿Por qué quiso que vieras a sus hijos?
    ─Los animales y yo nos entendemos bien.







3 comentarios:

  1. Ya sabes que a mi los animales me pierden, esta historia es de lo mejor que he leido en mucho tiempo yme ha hecho llorar.

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  2. esta bonito, aunke un poco ñoño para mi gusto, qaunke es bonito pensar q si haces bien a alguien al final pueda volverte de rebote cuando menos te lo esperes

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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