domingo, 14 de junio de 2009

El enigma



   Hoy os voy a contar otra historia de las que nos contaba Rosalía en esas largas y frías tardes de invierno.
   Después de merendar, Rosalía nos había servido un rosco dulce, grande, esponjoso, relleno de cabello de ángel y rodeado de nata, del que no quedaron ni las migas, nos sentamos en el suelo, encima de cojines forrados de piel de conejo y rellenos de lana, dispuestos a escucharla.
Ella empezó diciendo.
   ─Cuentan que una vez en un país lejano, muy lejano, vivían un rey y una reina que tenían una hija muy hermosa, cuando llego a la edad de casarla, los reyes que eran inmensamente ricos, no querían para ella príncipes con grandes fortunas, querían un hombre valiente e inteligente, (si además era noble mejor, pero no indispensable)
   Los aspirantes a la mano de la princesa tenían que pasar tres pruebas.
   Primera: tenían que ir solos, a pie o a caballo.
  Segunda: vinieran de donde vinieran, tenían que cruzar un bosque muy grande y muy espeso, llamado El Bosque de los Lamentos, se tardaba más de un día en atravesarlo, donde, a decir de las gentes, a las personas que les pillo la noche dentro no volvieron a salir, también se comentaba que algunas noches de luna llena se oían lamentos, unos decían que eran las almas de los difuntos que andaban errantes sin encontrar la salida, otros que dichos lamentos eran producidos por las extrañas criaturas que lo poblaban.
   Tercera: tendrían que plantear una adivinanza que ninguno de los sabios del reino pudiera resolver, dispondrían como plazo para dar la solución, dos días.
   A todo aquel que no pasara dichas pruebas se le mandaría matar.
   Aún a riesgo de perder la vida, muchos, tanto nobles como villanos, fueron los que acudieron al reino con la esperanza de casarse con la princesa y heredar el trono y todos murieron, unos en el bosque y los otros decapitados al no superar las pruebas, entre ellos los dos hijos mayores de una familia de campesinos tan humildes que ni las tierras les pertenecían, las trabajaban para un dueño muy avaro que solo les daba una décima parte de lo que producían.   
   Cuando el único hijo varón que les quedaba les dijo que se iba a la corte, les entro una gran tristeza, le pidieron que no se fuera.
   ─Comprende, ─le decía su padre─ te necesitamos aquí, tu madre no es muy fuerte y tus hermanas son demasiado pequeñas, ¿quién me ayudara en el campo, para darles de comer, si tú te vas.
   ─No os preocupéis por eso ─contestó el muchacho─ cuando sea rey, no tendréis que trabajar para tener todo lo que necesitéis.
   ─¡Hijo mío! ─suplicaba su madre─ tus hermanos, con ser mayores, más fuertes y más inteligentes que tú, el uno, no logro pasar el bosque y el otro, fue decapitado al acertar los sabios su adivinanza, ¿lo vas a conseguir tú?
   ─¡Adió padre, adiós madre, adiós hermanas! Os mandare llevar a palacio cuando yo me case con la princesa. ─y se fue, llevaba una escopeta, una manta y algo de comida que le había preparado su madre.
   El camino era largo y los víveres escasos, cuando pasaba por algún pueblo o alguna granja, pedía algo de comer a cambio de trabajo y así se fue valiendo hasta llegar a El Bosque de Los Lamentos. Los que le vieron entrar comentaban.
   ─Pobre, tan joven y tan indefenso, no durara mucho ahí adentro,
   Patricio se iba abriendo paso entre la maraña de árboles, arbustos y retamas, lo curioso es que ha medida que avanzaba, la vegetación se hacia cada vez menos densa, hasta el punto de encontrar grandes claros con hierba verde y pequeñas retamas y algún que otro arroyo alternándose con la vegetación típica de los grandes y húmedos bosques. Era casi de noche cuando se dispuso a dormir, para ello eligió un hueco entre las rocas, recogió ramitas y hojas secas e hizo un montón en la entrada de tal forma que si alguien se acercaba tenia que pisarlas y él desde dentro le oiría, se tapo con la manta y puso la escopeta, cargada, a su lado. Al poco comenzó a oír extraños lamentos, agudizo los sentidos y llegó a la conclusión de que eran una mezcla de los ruidos propios de los animales nocturnos unidos al silbar del viento, acarició su escopeta y se volvió a quedar dormido, le despertó de nuevo el crujir de las hojas, instintivamente tomo la escopeta y disparo en dirección a la entrada de su precario refugio, al instante pudo oír como alguien o algo se alejaba aullando de dolor, “haber si ahora me dejan dormir” se dijo.
Aún el Sol no se había despertado, cuando Patricio comió la mitad de lo que le quedaba en el talego, guardando el resto para el camino. Al salir de su refugio las sombras de la noche cedían al empuje de la aurora, miro al cielo, se oriento y retomo el camino a palacio. Al mediodía se tomo un descanso y termino las viandas que le quedaban, por el camino, sabiendo que no le quedaba nada de comida, pensó que seria buena idea cazar algún conejo o liebre para la cena, disparo y mato a una hermosa liebre que guardo en su zurrón. El bosque se iba haciendo más y más cerrado, por lo que intuyo que no quedaban demasiadas horas para salir de él, acelero el paso, tanto como la vegetación le permitía y con las primeras sombras salía a campo abierto. A lo lejos, entre la penumbra, logro vislumbrar el campanario de una iglesia y hacia ella se dirigió, lo más rápido que pudo, sin apenas ver donde ponía los pies. La puerta estaba abierta, pero dentro no había nadie, ni el cura se atrevía a permanecer, a la noche, tan cerca del bosque, entro busco en el altar una vela y la encendió, después se dispuso a cenar, pero no podía comerse a la liebre cruda, miro a ver si encontraba algo para hacer fuego y asarla, la cena le dio sed pero no le quedaba agua en la cantimplora, rebusco hasta dar con el preciado liquido y bebió, durmió toda la noche y al amanecer se puso de nuevo en camino.
   En la mañana del vigésimo día era recibido por el rey, después de demostrar que hizo el camino solo y que había cruzado el bosque, el monarca le ordenó que expusiera su acertijo y el muchacho comenzó diciendo.
   ─Quiero que me respondan a los interrogantes del siguiente enigma: Tire a lo que vi y mate a lo que no vi, comí carne asada con palabras de evangelio y bebí agua que no estaba en la tierra ni tampoco en el cielo.
   Los sabios le dieron toda clase de soluciones como; tiraste a una vaca y mataste a un burro, asaste la carne rezando para que Dios hiciera el milagro o bebiste agua de la lluvia… a lo que él contestaba, no, no. al finalizar los dos días, el rey le exigió que diera la solución, si no lo hacia mandaría que le corten la cabeza.
   Patricio mira a los allí reunidos y con voz alta y clara contesta.
   ─Es muy fácil.
  Primero: tire a una liebre, que vi, y como estaba preñada, mate a los lebratillos que, no vi.
   Segundo: como no me podía comer la carne cruda, busque algo para hacer fuego y encontré los libros de los evangelios, hice fuego con ellos y ase la carne, así que comí carne asada con palabras de evangelio.
   Tercero: no tenía agua, era de noche y no era cosa de salir a buscarla, mire y vi la que estaba en la pila del agua bendita, esa agua al estar bendecida está entre las cosas de Dios y los hombres, por lo que no ésta ni en el cielo ni en la tierra.
   Ante tal razonamiento, al monarca no le quedo otra que concederle la mano de su hija.
Así fue como un humilde vasallo llego a convertirse en rey.

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