Algo de su infancia
Apenas tenía tres años cuando una terrible enfermedad se adueño del pueblo donde vivía, durante el tiempo que duro su azote, era rara la casa que se libraba de la presencia de las autoridades, en espera de que alguno de sus hijos pequeños exhalaran su último suspiro para arrebatárselos de sus brazos y llevarlos camino del cementerio por miedo al contagio. Todos los vecinos estaban obligados a notificar, en el ayuntamiento, su desgracia, en el caso de que alguno de sus hijos contrajera la enfermedad. Corrían, por el pueblo, rumores de que en algunos casos, no esperaban a que el infante muriese para sacarlo de la casa, se lo llevaban antes de agonizar.
Rosalía cayó enferma, cuando el medico la examino les dijo a sus padres que se preparasen para lo peor. Cuando la niña parecía que ya estaba muerta y se la iban a llevar, su madre pidió unos minutos, para hacer un último intento para sanarla; hizo un hisopo con algodón en rama, desinfecto una aguja de tejer con aguardiente y se la metió a la pequeña por la garganta hasta reventarle la angina que le obstruía el paso del aire, seguido limpio la herida con el hisopo impregnado en aguardiente. Los allí presentes no daban crédito a lo que veían. Cuando termino, uno de los guardias la acuso de haber matado a su hija, a lo que la madre de Rosalía contestó.
—Ella me pidió que lo hiciera, y de todos modos ustedes se la hubiesen llevado.
Antes de que los presentes pudieran responder, la criatura rompió a llorar, por lo que los guardias optaron por avisar al medico y al cura.
El galeno dijo que él había examinado a la niña unas horas antes y que la había desahuciado, no entendía como estaba viva, y que lo que hizo la madre sólo serviría para alargar su agonía. El párroco por su parte, viéndola tomarse un vaso de leche, sentenció que Dios había hecho un milagro.
Fuere como fuera, la gente comenzó a comentar, a media voz, que algo sobrenatural había acontecido ese día en casa de Rosalía, pues nadie salvo su madre había oído que la niña dijese nada, como aseguraba ésta, una y otra vez, pero todos coincidían en que a pesar de estar la lumbre encendida, les invadió un frío glacial que les mantuvo inmóviles hasta que la madre termino.
Hay quien dice que desde ese momento, Rosalía hacia y decía, cosas muy raras.
¿Superstición o milagro? Quien sabe…
Germana Fernández