Lo que os voy a con

La cosa empezó cuando en pleno invierno y rodeados de nieve, Rosalía comento con su marido que su madre, la de ella, se estaba muriendo y quería verla. La madre de Rosalía vivía, con su otra hija, en una capital de provincia, a dos días en tren, además del tiempo que se tardaba en ir, desde el pueblo de Rosalía, hasta la estación del ferrocarril, en total unos tres días para ir y otros tres para volver, sin contar que no se podía salir del pueblo, porque estaban incomunicados, pero ese era un pequeño detalle que para Rosalía, como ya hemos podido comprobar, carecía de importancia.
Rosalía se encerró en su alcoba y le pidió a su esposo que cuidase de los niños y la casa y que bajo ningún concepto entrase nadie en su cuarto, hasta que ella saliese, que si alguien venia preguntando por ella que le dijese que no se encontraba bien y que se había tomado unas hierbas para dormir, no obstante, echo la llave por dentro. No salió del dormitorio desde las ocho de la mañana de ese día, hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Cuando Rosalía bajo a la cocina, los niños aún no se habían levantado y Jesús dormitaba echado sobre unos cojines al calor de la lumbre. Rosalía le dijo con voz suave.
─Despierta mi amor, ya estoy aquí. ¿Ha venido alguien?
─Sí, Guillermo, el cojo, a por miel, pregunto por ti y le dije que estabas ocupada, le di la miel y se fue. ¿Qué es eso? ─le pregunto al reparar en lo que traía en las manos.
─El cuadro que nos pinto el Sr. Ambrosio, a mi hermana y a mí, junto con nuestros padres, cuando éramos pequeñas y las cartas que mi padre nos escribió mientras estuvo en ultramar.
─Pero eso lo guardaba tu madre. ─dijo él sorprendido, mientras un escalofrio sacudia su cuerpo al creer ver que su suegra le sonreia desde el cuadro
─Despierta mi amor, ya estoy aquí. ¿Ha venido alguien?
─Sí, Guillermo, el cojo, a por miel, pregunto por ti y le dije que estabas ocupada, le di la miel y se fue. ¿Qué es eso? ─le pregunto al reparar en lo que traía en las manos.
─El cuadro que nos pinto el Sr. Ambrosio, a mi hermana y a mí, junto con nuestros padres, cuando éramos pequeñas y las cartas que mi padre nos escribió mientras estuvo en ultramar.
─Pero eso lo guardaba tu madre. ─dijo él sorprendido, mientras un escalofrio sacudia su cuerpo al creer ver que su suegra le sonreia desde el cuadro
─Sí, ella me lo ha dado ─contestó Rosalía como la cosa más natural─ sabia que yo lo he de guardar bien. Se ha ido en paz.
Jesús, hacia mucho tiempo que había desistido de hacer preguntas, aceptaba el comportamiento de su mujer, como aceptaba el agua de la lluvia cuando empapa los campos o la nieve que extiende su frío manto cubriéndolo todo, era algo natural que no se podía cambiar.
La cosa no hubiese tenido mayor transcendencia, si no hubiese sido porque a la primavera siguiente, su hermana se presento en el pueblo acompañada de su marido y sus dos hijos, para hacerle entrega de la parte de la herencia que le correspondía.
─(…) como te fuiste tan rápida, apenas mamá expiro, no me dio tiempo a decirte que ella dejo dicho que tú heredabas el dinero que tenia en el banco y yo, la casa con todo lo que guarda dentro, menos el cuadro que pinto el Sr. Ambrosio que ya te lo trajiste, el dinero te lo traigo yo, porque mamá lo saco cuando enfermo y el medico le dijo que le quedaba poco tiempo. No quería que el estado se quedase con una parte.
─(…) como te fuiste tan rápida, apenas mamá expiro, no me dio tiempo a decirte que ella dejo dicho que tú heredabas el dinero que tenia en el banco y yo, la casa con todo lo que guarda dentro, menos el cuadro que pinto el Sr. Ambrosio que ya te lo trajiste, el dinero te lo traigo yo, porque mamá lo saco cuando enfermo y el medico le dijo que le quedaba poco tiempo. No quería que el estado se quedase con una parte.
La noticia de que Rosalía asistió a su madre en el lecho de muerte, fue motivo de confrontación entre los vecinos del pueblo, los familiares y gente de la capital, entre ellos el médico y el cura que atendieron a su madre, los unos decían qu
e Rosalía no había salido del pueblo en todo el invierno y los otros aseguraban, por lo más sagrado, que la mujer no se movió del lado de su madre, durante las veinticuatro horas que duro su agonía.
Como no encontraron a nadie que la hubiese visto ni en la estación ni en el tren, ni mucho menos entrando o saliendo de casa de su madre y si se le preguntaba a la interesada, ella, siempre respondía.
─Yo, en cada momento, he estado donde tenía que estar.─y no añadía ni una palabra más.
Cuando se les llamó a declarar al medico y al cura, de la capital, estos no recordaban nada, a la Iglesia no le quedo más remedio que archivar el caso. Aunque hay quien asegura que cuando salieron del obispado, volvieron a recobrar la memoria, pero sólo admitían haber visto a Rosalía, en privado y con gente de mucha confianza.

Como no encontraron a nadie que la hubiese visto ni en la estación ni en el tren, ni mucho menos entrando o saliendo de casa de su madre y si se le preguntaba a la interesada, ella, siempre respondía.
─Yo, en cada momento, he estado donde tenía que estar.─y no añadía ni una palabra más.
Cuando se les llamó a declarar al medico y al cura, de la capital, estos no recordaban nada, a la Iglesia no le quedo más remedio que archivar el caso. Aunque hay quien asegura que cuando salieron del obispado, volvieron a recobrar la memoria, pero sólo admitían haber visto a Rosalía, en privado y con gente de mucha confianza.