
En la aldea se respiraba la tragedia, el lobo había atacado a las ovejas y a una pastorcilla no se la encontraba.
Cuando los lobos atacaban a las ovejas, normalmente los pastores se comunicaban entre si y con la ayuda de los perros lograban ahuyentarlos, a lo más conseguían matar alguna pieza que se quedaba retrasada o separada del resto, sólo atacaban a las cabras y ovejas y en muy raras ocasiones a las vacas cuando tenían terneros recién nacidos (a veces parían en el campo)
En esta ocasión pillaron por sorpresa a los pastores, cuando consiguieron espantarlos estos habían conseguido matar a tres ovejas y herir a dos, llevarse a otras dos y a una cordera a la que la pastora tenia un cariño especial, la llamaba Xusa y no se separaba de ella. Los hombres de la aldea rastrearon el monte y en vista de que no la encontraban y que la noche se les venia encima, optaron por dejar la búsqueda para el día siguiente.
Mientras tanto, en el pueblo, Rosalía se había encerrado en la cuadra con los animales atacados. La madre de la pastora le había pedido:
─¡Por Dios Rosalía, salva a mi hija!
A lo que está contestó.
─Vere que puedo hacer.
Cuando salió, después de que los hombres regresaran con las manos vacías, les dijo que la pequeña estaba bien, que venia de camino, pero que no salieran a su encuentro que la dejasen llegar sola, que aún tardaría un poco. La madre de Rosa, que así se llamaba la niña (los pastores eran niños o niñas de entre nueve y catorce años o viejos a los que las tareas del campo se les hacían demasiado pesadas) quería salir, pero Rosalía le dijo algo al oído y ésta se tranquilizo un poco.
Trascurrida una hora escasa vieron a la chiquilla que venia andando con la cordera en sus brazos, Rosa tenía sólo diez años y la oveja pesaba demasiado como para que pudiese con ella y aún así la traía con el vientre apoyado en sus brazos extendidos con las palmas de las manos hacia arriba, como si lo que portaba fuese una toalla o algo parecido, caminaba a su paso y no se la notaba cansada.
Rosalía salió a su encuentro y cuando estuvo a su altura la pequeña le dijo:
─No pesa nada.
A lo que Rosalía contestó.
─Lo se, él te está ayudando. Entra a la cuadra con Xusa y déjala encima del montón de paja limpia que he puesto en el rincón. ─y dirigiéndose a la madre de Rosa le pidió ─Tráeme trapos viejos y limpios, hay que curar a este animal.
La oveja curo de sus heridas. En cuanto a lo sucedido, Rosa recordaba que cuando vio que el lobo se llevaba arrastras a su cordera, ella, salio detrás de él, cuando la fiera se paro, soltó la pieza, la miro y parecía que se proponía atacarla, cuando de la nada apareció un hombre alto, con barba larga y pelo largo y vestido con ropas parecidas a las de los curas, se puso en medio del lobo y ella, cogió a la cordera, me dijo que extendiese los brazos y me la puso encima. “Llévala a casa que la curen” me dijo y la cordera no pesaba nada y yo no me cansaba al andar.
¿Fue San Antonio de Abad? Nunca lo sabremos.