miércoles, 4 de febrero de 2009

En torno al nacimiento de su hija Lucía


    Por entonces Rosalía vivía en una aldea pérdida entre montañas, donde los inviernos eran largos y fríos, quedarse incomunicados era algo habitual, por lo que sus habitantes, siguiendo el ejemplo de las hormigas, llenaban la despensa y el granero de comida para ellos y los animales, tampoco faltaba una buena reserva de leña seca en el zaguán, que les permitía cocinar y mantener las casas caliente.
     Para salir de la aldea seguían un camino de tierra de la anchura de un carro, que serpenteaba entre las montañas y donde la nieve solía alcanzar más de un metro de altura.
    En la aldea se componía de dos casas grandes que se repartían casi la totalidad de las tierras y otras doce poco más grandes que chavolas, que a lo más tenían un pequeño huerto donde la cosecha era insignificante, sus ocupantes vivían al amparo de los dueños de las casas fuertes y de los trabajos que desempeñaban en los pueblos vecinos. Tampoco era fácil la vida de los “ricos” como les llamaban a los dueños de las tierras, trabajaban de sol a sol en el campo y con el ganado, aunque contaban con gente que les ayudaban a cambio de un pequeño jornal o en pago a favores recibidos, como prestarles dinero para emergencias que unos devolvían con intereses, como si de un banco se tratase o bien trabajando para ellos hasta saldar la deuda. Tenían suerte si al final de un buen año les quedaba para pagar al maestro, al medico y guardar algo para el siguiente, en prevención de una mala cosecha o enfermedad del ganado.
    Para ir a misa, al médico, o comprar algo, cualquier cosa que les hiciese falta, tenían que ir al pueblo que estaba a veinte kilómetros de distancia. El pueblo era cabecera de comarca y contaba con un cuartel de La Benemérita, la consulta de un médico, una iglesia, el cementerio, la escuela, el juzgado y un establecimiento que era a la vez: posada, taberna, tienda donde se vendían toda clase mercancías y farmacia.

    Rosalía estaba en su octavo mes de embarazo, cuando dos comadres del pueblo se enzarzaron en una disputa, pretendían asistir a Rosalía en el parto, pero ninguna de las dos quería la compañía de la otra.
    Normalmente las mujeres daban a luz en sus casas asistidas por las mujeres de su familia o por una comadrona sin titilación (una mujer del mismo pueblo, o de otro que se daba maña en ese menester) y que se le pagaba en especies, algo de lo que producía la tierra o se fabricaba artesanalmente en las casas. 

    Donde vivía Rosalía ella era la encargada de ayudar a las madres a dar a luz, también acudía cuando la llamaban porque alguna vaca, oveja o cualquier otro animal tenia dificultades con el parto.
   Rosalía sólo tenía dos criaturas pequeñas y a su marido y los maridos no suelen ser buenos para estas cosas.
    Las comadres eran hermanas y dos buenas personas pero rivalizaban en todo lo que hacían, cada una quería estar siempre por encima de la otra. Rosalía no quería hacer de menos a ninguna de las dos, en realidad nunca ofendía a nadie si podía evitarlo.
    En los otros dos partos la asistió la madre de ellas, pero hacia tres meses que la habían dado sepultura. Cuando Rosalía se noto los primeros síntomas del parto, mandó a su marido al pueblo grande (el que era cabecera de comarca) con la recomendación de que no dijese nada “Si alguien te pregunta le dices que vas a cualquier otra cosa que no sea a traer al doctor. No quiero que las hijas de la difunta Vicenta se presenten aquí. ¡Date prisa en volver!”
    El hombre engancho el percherón al carro e inicio el camino por entre las montañas. El cielo estaba gris y los primeros copos de nieve no tardaron en hacer acto de presencia, la tormenta arreciaba y la nieve cuajaba haciendo que los viajeros tuviesen que aminorar la marcha, por lo que el viaje les llevo más tiempo de lo previsto. Cuando llegaron a su destino pasaba más de una hora del mediodía. En la casa del médico le dijeron que éste había salido a una urgencia a otro pueblo cercano. El marido de Rosalía espero, hasta el ángelus, cuando el doctor llego dijo que el no tenia ningún inconveniente en ir, pero que tendría que ser al día siguiente, debido al espesor de la nieve que seguía cayendo sin pausa, era extraordinariamente peligroso recorrer el camino de noche. Hicieron falta algo más que razones para retener al marido de Rosalía, esa noche en el pueblo, pero al fin accedió a salir al amanecer. Cuando llegaron, a lomos de dos caballos, a la casa, Rosalía les esperaba, con su hijo Damián de cuatro años, su hija Elisa de dos y la recién nacida que llevaría por nombre Lucía, en su cama. El ganado no estaba atendido pero los niños y ella sí y en la lumbre se consumían dos gruesos troncos, sobre dos trébedes, al amor de la lumbre, cocían, en un perol patatas, verdura y carne de cerdo, en el otro una gallina pelada y limpia. La casa constaba de dos plantas, el zaguán, donde se apilaba la leña, daba paso, a trabes de una gruesa puerta de roble, a una estancia rectangular de cuatro por doce metros, que tenia en una de sus esquinas una cocina de fuego bajo con chimenea, al fondo la puerta que daba paso a la cuadra ( esta puerta sólo era utilizada por las personas para acceder a la cuadra sin tener que rodear la casa y pasar por el portalón por donde entraban y salían los animales a sus aposentos) al lado de dicha puerta, una escalera permitía subir a un balcón corrido o corredor con barandilla de madera daba paso a los cuatro dormitorios situados encima de la cuadra. Por la estancia estaban repartidos según su uso los muebles y enseres necesarios para la vida diaria. El tejado era a dos aguas, una vertiente cobijaba los dormitorios y la otra bajaba en pendiente, desde la cumbre hasta la altura de un piso, cubriendo la sala-cocina-despensa.
     El marido quiso saber quien la había asistido en el parto, Damián dijo que la abuela Vicenta les había dado de cenar que les metió en la cama y que a la mañana les llevo a los dos al cuarto de su madre para que viesen a su hermanita y que les subió el desayuno a los tres. Como lo que decía Damián era imposible y ni los niños ni Rosalía podían haberlo hecho, le pidió a Rosalía que se explicase, ella por toda respuesta dijo: “ninguna persona viva de aquí ni de los alrededores vino” y se negó a seguir hablando del tema.
    Nunca se supo que fue lo que paso esa noche en casa de Rosalía, pero su hijo siempre mantuvo que Vicenta pasó esa noche con ellos. ¿En verdad regreso la difunta? ¿Fue un sueño del niño?

Índice