
Esto ocurrió en el pueblo de Rosalía, una noche, a principios de invierno. La mujer de Manuel, uno de los vecinos de Rosalía, se puso enferma; sudaba, tenia mucha fiebre y le salieron granos por todo el cuerpo, Manuel se asustó de veras cuando observó que a su mujer se le empezaban a hinchar las manos y los pies y aunque era de noche decidió ir a buscar a Rosalía, no vivía muy lejos, a menos de una hora andando, pero había que cruzar el bosque y en él moraban los lobos. Manuel sólo pensaba en que su mujer podía morir si no traía ayuda y sólo confiaba en La Maga, como algunos llamaban a Rosalía.
Dejó a su mujer al cuidado de la hija, se abrigó y salió en busca de Rosalía.
Al poco de entrar en el bosque le salieron una manada de lobos, el hombre sintió miedo, mucho miedo y lamentó no haber cogido la escopeta, se sentía hombre muerto devorado por las bestias, cuando de pronto apareció, como salido de la nada, un lobo blanco y casi el doble de grande que cualquiera de los otros, él había oído a su abuelo, en alguna ocasión, hablar de un lobo blanco muy grande. Él, su abuelo, decía que era el espíritu de todos los lobos, una especie de líder o Dios al que los demás obedecían, pero siempre creyó que era un cuento, una leyenda que contaban los viejos, también le decía, su abuelo que si alguna vez se encontraba con él que no le demostrase miedo que no huyera ni intentara defenderse que si el lobo quisiera atacarle, ni siquiera le daría tiempo a verle, que siguiera su camino a paso ligero, pero sin correr y así lo hizo aunque las piernas le temblaban, del miedo que tenia, tampoco se atrevió a mirar hacia atrás.
Cuando estaba llegando a la casa de Rosalía, los perros empezaron a ladrar y Jesús, el marido de Rosalía salió a ver que pasaba, al mirar hacia el camino pudo ver, gracias a la luz de la luna que esa noche lucia llena, a su vecino que caminaba deprisa y a unos pocos metros de éste, a un enorme lobo blanco que le seguía, altivo, sin prisa, a Jesús le dio la impresión de que el animal no acechaba al hombre, si no que le acompañaba y le protegía.
Una vez informada Rosalía de lo que estaba pasando, se puso ropa de abrigo, recogió varias cosas de la cocina las metió en una talega grande, ensillaron a Paciente e Impaciente y emprendieron el camino de regreso a casa de Manuel, siempre seguidos de cerca por el lobo blanco que no les perdía de vista.
Al llegar a la vivienda la hija de Manuel les abrió la puerta, Rosalía bajó del caballo y entro en la casa, no antes de decirle a Manuel.
─Vete a la cuadra, coge a tu mejor oveja y dásela al lobo.
─¿Por qué tengo que hacer eso? ─preguntó Manuel
─Porque si no lo haces él se cobrara diez por una y porque es un bajo precio por tu vida.
Al ver en el estado que se encontraba Josefa, Rosalía le pidió a la hija que le trajese agua lo más fría que pudiese y que pusiera más a hervir, empapó toallas en el agua fría y se las puso en la frente, manos y pies de la enferma, luego la dejo al cuidado de la hija con la recomendación de cambiarle las toallas en cuanto éstas cogiesen calor, entretanto ella se fue a la cocina, sacó lo que llevaba en la saca y selecciono varias hierbas, algunas raíces y dos clases de bayas secas, lo metió a cocer en la olla, atizó la lumbre y espero a que hirviesen por espacio de unos cuantos minutos, después coló un poco del liquido en una taza le añadió miel y se lo dio a beber a la enferma, estuvo repitiendo lo de las toallas y la tisana hasta que la fiebre empezó a remitir, luego le quitó las toallas, la abrigo y les dijo que siguiera tomando la tisana cada tres horas durante dos días.
Manuel quiso pagarle, pero ella no lo permitió, bastante perdida tuvo con la oveja.