Todo ocurrió e

Cuentan los más viejos que les contaban sus abuelos, que apareció un día en la puerta de la iglesia, un niño con el pelo ensortijado y tan rubio que sus rizos parecían rayos de sol, calzaba unas sandalias de piel de cabra y por vestido una especie de túnica sin mangas, confeccionada con la piel de un borrego y atada con una tira de cuero en la cintura.
Ese año una peste, casi, había acabado con las vacas, las cabras y las ovejas, también había mermado considerablemente a los demás animales. Las patatas, el trigo y el resto de la cosecha se mostraron racanos y sólo dieron un tercio de su producción. Entrado el otoño la gente se preparaba para pasar penurias y hambre. La presencia del chiquillo vino a complicar aún más las cosas. Tendría unos cuatro años y parecía no entender lo que se le decía, tampoco los lugareños le entendían a él. Llegando a este punto los vecinos se hacían mil y una preguntas sin hallar respuestas lógicas, había comentarios para todos los gustos, desde que podía haber sido abandonado por alguno de los muchos viajeros que cruzaban la comarca, hasta que era la reencarnación del niño que acompañaba a San Roque en las imágenes que se mostraban en la ermita o bien podía ser el demonio al que se refería el párroco desde el pulpito. Así las cosas nadie se atrevía a hacerse cargo de la criatura, que seguía resguardado en el pórtico de la iglesia, sin querer entrar a pesar del frío.
Matilde, una anciana a la que le mataron el hijo en una de las muchas contiendas, sin prestar oídos a los comentarios de sus vecinos, trató de llevárselo a su casa, pero el niño se negó, ante lo cual la mujer le llevó ropa de abrigo, una manta y un poco de sopa de judías con patatas que era lo único que había podido recoger de su huerto ese año. De las cuatro cabras que tenia sólo le quedaba una que ya por vieja no empreñaba, estaba pensando en matarla y hacer tasajo para pasar el invierno, los demás animales que tenía, conejos y gallinas también se le habían muerto.
Esa noche, Matilde, soñó que la cabra había parido y tenía tres cabritillas. Por la mañana fue a la cuadra dispuesta a matar al animal y cual no seria su sorpresa cuando vio que Careta, que así llamaba la buena mujer a su cabra, tenía la ubre llena de leche. Miró por si era cierto lo del sueño, pero no encontró ningún cabritillo. Ordeño a Careta y le llevo una taza de leche caliente al niño y éste se lo agradeció con una alegre sonrisa.
Los vecinos dijeron que seguramente Matilde estaba tan vieja que no se había dado cuenta de que la cabra estaba preñada y como la puerta estaba abierta, algún zorro se comió a la cría.
El sacristán que cuidaba de la ermita, vivía en una vieja casita al lado del templo, nunca se caso y cuando murieron sus padres se quedo solo. Solía llevar algo de comida para el mediodía, le daba mucha tristeza estar solo en la casa y procuraba ir sólo a dormir. Ese día compartió la comida con el niño y aunque él suponía que no le entendía no paraba de hablarle.
─No se de donde vienes, ni me importa ─le decia─ pero ya que estás aquí podríamos hacernos compañía. Yo se lo duro que es estar solo sin nadie que se preocupe por ti ni por lo que haces o dejas de hacer, estar en una casa vacía, sin ruidos, oyendo el silencio y preguntándote ¿para qué vivo? ¿Por qué Dios no me ha llevado con ellos? Si tienes padres seguro que estarán sufriendo, pensando que te ha pasado algo malo y si no los tienes ¿por qué prefieres estar aquí solo en lugar de irte a la casa de la señora Matilde?
─Y tú ─le contestó el niño para sorpresa del sacristán.¿por qué no le pides a Carmen, la hija del pastor, que se case contigo
─Pero Carmen tiene un hijo sin estar casada.
─¿Y eso que importa, es qué acaso no es una buena mujer y tú no la quieres? ─El hombre le mira y dice
─Tú no eres un niño, tienes el cuerpo de niño, la voz de niño, pero no eres un niño, no se lo que eres, un niño, no. Voy a seguir con mi trabajo, pensare en lo que me has dicho.
Al terminar el trabajo, Tomás, no se fue a su casa, se quedo a dormir con el chiquillo, tapándose los dos con la misma manta, esa noche no sintió el peso de la soledad. Al otro día se fue a hablar con Carmen.
La mujer del herrero llevaba casada diez años y no tenia hijos ya se había hecho a la idea de que nunca los tendría, cuando le dijeron que en la iglesia había un niño perdido no se lo pensó dos veces y a pesar de lo que se comentaba se acercó con la intención de recogerlo, pero el niño, una vez más se negó a irse del pórtico. La mujer, ante la imposibilidad de sacarle de allí le dio un beso y el niño sonriendo le puso la mano sobre el vientre.
Los vecinos se fueron acostumbrando a ver al niño en la puerta del templo y acordaron que ya que el chiquillo no quería abandonar el lugar, que habría siempre alguien con él, haciéndole compañía y vigilando de que no le pasara nada malo. Mientras, indagaban por si daban con su familia.
No habían pasado ocho días desde la llegada del extraño niño, cuando, tan misteriosamente como había aparecido desapareció, dejando al pueblo sumido en un montón de dudas.
Después de la marcha del pequeño empezaron a suceder cosas insólitas: Matilde encontró en su cuadra tres cabritas, una pareja de conejos y dos gallinas, Tomás se caso con Carmen, los pocos animales que quedaron vivos después de la epidemia se multiplicaban con una rapidez inusual, en pleno invierno parían las vacas, las cabras, las ovejas… y en todos los casos traían más crías de lo que era normal para cada especie. Lo que más sorprendió fue el nacimiento del hijo del herrero a los nueve meses de irse el niño.
Los lugareños creen a pies juntillas que, el niño, era el que acompaña a San Roque.
esta muy bien, pero aqui no sale Rosalia.
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